Vaka Tuitupou no tiene la culpa de su tamaño. Tampoco de que le apasione el rugby. Pero cuando se juntan esos dos factores sobre el césped, sus rivales se echan a temblar ante lo que se les viene encima. Tiene ocho años y no hay nadie de su edad -ni de un par de categorías superiores- que sea capaz de pararlo cuando agarra el balón ovalado y se pone a correr. Ha nacido para ello.