Probablemente las historias más escalofriantes de la noche sean las que ha relatado Enrique Echazarra, que nos lleva al cementerio de Santa Isabel, en Vitoria. Vacío y oscuro, este lugar esconde historias de tragedia y da reposo a personajes trascendentales como el Marqués de Álava. Tal es su encanto que el ayuntamiento ha colocado recientemente placas identificativas para facilitar el aprendizaje de los visitantes.
Enrique nos descubre en primer lugar la historia del sacamantecas vitoriano, justiciado y enterrado posteriormente pero con un misterio a sus espaldas: su cabeza nunca apareció. Entre recuerdos y anécdotas de Iker, que confiesa haber experimentado la primera toma de contacto con las psicofonías en este cementerio, el compañero se para ante el mausoleo de Julián de Zulueta, más conocido como el Marqués de Álava. Falleció en 1878 dejando atrás una reputación de triunfador pero también de negrego. El ángel que corona su panteón, cuenta la leyenda, te apuntará con el dedo al pasar por delante si augura tu muerte a corto plazo.
Sin embargo lo más asombroso de la noche fue seguramente una historia más presente que las demás. Allá por el 1974 una tragedia tuvo lugar allí mismo, en la puerta del cementerio. Dos camiones cargados de gas butano colisionaron y la explosión dejó muertos, heridos y multitud de viviendas y tumbas calcinadas. A día de hoy, reflexiona Iker, muchos vecinos de la zona quizá ni siquiera conozcan el suceso que ilustran a través de crónicas de aquel entonces.